domingo, 27 de julio de 2008

La toponímia PERA en Constantinopla (actual Estambul, Turquía) - Parte II: Historia de la Caída de la última ciudad capital del Imperio Romano

(Mapa del ataque e invasión final a la ciudad de Constantinopla por parte de las tropas turcas efectuado el 29 de Mayo de 1453)

Es luego de varios siglos e intentos de conquista, a lo largo de múltiples asedios algunos de los cuales duraron entre seis y siete años, que a mediados del Siglo XV, especificamente en el año 1453, el objetivo primordial del Imperio Otomano, el cual era lograr tener una capital a la altura de su creciente imperio, se puedo concretar finalmente. Los turcos otomanos, tal como otras naciones aledañas siempre vieron en Constantinopla, la ciudad perfecta para instalarse en ella y nombrarla como la capital de sus imperios. Sin embargo, ninguna de aquellas naciones (ávaros, búlgaros, rusos, persas, etc.), lucharon tan insistentemente a lo largo de un siglo y medio para conseguir su objetivo. No obstante, la valentía y serenidad del emperador Constantino XI, quien no era presa fácil del desaliento, y animaba constantemente a su pueblo a trabajar día y noche para reforzar las murallas de la ciudad tras los constantes ataques y asedios sin mostrarse en ningún momento dubitativo o siquiera desesperanzado, consiguió con aquella conducta que los grupos más disímiles y que frecuentemente se habían enfrentado como las propias familias de los Paleólogos y los Cantacuzenos, venecianos y genoveses, o unionistas y antiunionistas, sumaran sus fuerzas en pro de la defensa común de su ciudad.

Era el 06 de Abril de 1453, y el sitio a la ciudad capital del Imperio Romano de Oriente inició oficialmente. El comienzo de la última y batalla final por el dominio y la hegemonía en Constantinopla, se selló con un cañonazo dirigido al valle del río Lico, junto a la denominada puerta de San Romano. Aquella puerta hasta aquel asedio había podido soportar todos los ataques y embates efectuados por todos los invasores previos e incluso los asedios de los propios turcos otomanos, mas dicho pórtico no había sido hecho para soportar la artillería pesada de la que como novedad utilizó Mehmed II (1432-1481), apodado el Conquistador, con la ayuda de ingenieros húngaros expertos en artillería y pólvora. Antes de cumplirse una semana del asedio, la puerta de San Romano comenzó a ceder increíblemente ante los ojos pasmados de los bizantinos, ello pese a que dicho pórtico era quizás la mejor arma con que disponían los defensores de Constantinopla contra los otomanos, ya que el mismo se constituía de tres anillos gruesos de murallas con fosos de entre 30 y 70 metros de profundidad. Mas tras cada cañonazo turco la puerta se desmoronaba mas y mas, a lo que los bizantinos respondían prácticamente todos los días, cuando al anochecer aprovechando la oscuridad se escabullían fuera de la ciudad capital para reparar los daños causados por el cañón en lo posible, fuere con sacos y barriles de arena, o incluso con las mismas piedras despedazadas de la propia muralla, las cuales se ubicaban como estacas que apuntalaban el portal, todo ello tenía lugar mientras los arqueros y los ballesteros bizantinos lanzaban flechas y dardos respectivamente, para proteger a sus compañeros quienes arriesgaban la vida pudiendo ser presa fácil de flechas e incluso de nuevos cañonazos mientras arreglaban la puerta de San Romano. Así, a pesar que Mehmed II tenía muy claro que este nuevo sitio a Constantinopla no podía efectuarse sólo por tierra, sino que debía también darse por mar, ya que todos los sitios anteriores habían fracasado debido a que los bizantinos recibían provisiones vitales por vía marítima, en un primer momento los otomanos evitaron realizar un ataque por la costa, ya que las murallas de la ciudad se encontraban reforzadas por altas torres dispuestas con cañones y artilleros que fácilmente podían destruir toda la flota turca en muy poco tiempo de darse un enfrentamiento "cara a cara". Es por ello, que el ataque en su inicio sólo se circuncribió al frente terrestre y en base a artillería, lo que como era de preveer facilitó el trabajo de defensa de los bizantinos, otorgándoles el tiempo y la mano de obra suficientes para soportar el asedio, y quizás hasta pensar que nuevamente Constantinopla podría soportar al enemigo al asecho y salir victoriosa del nuevo intento de invasión. Asimismo, la artillería de los bizantinos les permitió repeler de cierto modo a la artillería turca que se hallaba a la vista, mas había un elemento clave en el cual los bizantinos no habían reparado hasta el momento de la defensa en sí. Dicho elemento era que las murallas de la ciudad estaban hechas para contener la artillería invasora, mas no habían sido construidas para contener a su propia artillería de defensa, las torres antes mencionadas no estaban emplazadas a lo largo de la muralla de manera adecuada, tal que por irónco que parezca, los oficiales bizantinos encargados de la defensa se preocupaban más por el daño que sus propios cañones podían hacer a su muralla tras cada fuego que emitían, que por el impacto que causaban las bombardas enemigas.

Al inicio del sitio, los bizantinos conseguirían dos victorias alentadoras, y que les harían pensar en una posibilidad de triunfo. El 12 de Abril, la flotilla de avanzada del almirante turco de origen búlgaro Suleimán Baltoghlu fue rechazada y vencida por la armada bizantina, al intentar forzar el paso por la ensenada del Cuerno de Oro. Seis días después de aquel primer fracaso, el Sultán Mehmed II intentó un nuevo ataque a la muralla efectuado por la parte dañada de la misma, que se encontraba en el valle del río Licos, pero nuevamente sus tropas verían la derrota por un pequeño y muy bravío contigente bizantino, liderados por el valuarte del comando de defensa bizantina, el noble genovés Giovanni Giustiniani Longo (?-1453). El 20 de Abril los bizantinos avistaron los navíos con ayuda enviados por el Papa Nicolás V (1397-1455), así como avistaron la llegada de un barco provedente de Grecia que traía grano de la isla de Sicilia, navíos todos los cuales pudieron atravesar el bloqueo que en el Estrecho de los Dardanelos los barcos turcos estaban efectuando como parte de la estrategia de sitio marítimo a la ciudad de Constantinopla por parte de Mehmed II. Ello se dio gracias a que el almirante Suleimán Baltoghlu desplazó los navíos que efectuaban el cerco hacia el Mar de Mármara, Baltoghlu intentó interceptar los cuatro navíos cristianos atacándolos, pero vio que su flota que constaba de embarcaciones mas pequeñas que las cristianas, corría el peligro de ser destruida totalmente (pues en el camino perdió varios barcos y hombres) por los ataques del llamado fuego griego arrojado sobre sus embarcaciones, por lo que no pudo contener el paso de la flota cristiana (siendo insultado desde tierra por el propio Sultán), tras lo cual llegaron los cuatro navíos con éxito al Cuerno de Oro y abastecieron a la ciudad de Constantinopla, así como arribó un nuevo contigente de soldados que ayudarían en la defensa. El almirante Baltoghlu fue llevado ante Mehmed II, quien lo humilló públicamente por la supuesta cobardía, tras lo cual ordenó ejecutar en el acto al almirante, mas los subordinados de Baltoghlu suplicaron al Sultán por la vida de éste (quien incluso había perdido un ojo en el combate) e indicaron que pese a la derrota había mostrado gran valor y arrojo en la corta batalla, tras lo cual Mehmed II decidió perdonarle la vida.

El 22 de Abril, el Sultán asestó un golpe estratégico en las defensas bizantinas con la ayuda de la genial maniobra ideada por su general Zâganos Pasha (un griego cristiano convertido al islamismo, cuya familia históricamente había estado ligada al Imperio Otomano ya que su abuelo tanto como el mismo Pasha tenían el título de Sadrazam -en castellano, primer ministro del Sultán-). Ante la imposibilidad de los navíos turcos de atravesar la cadena que cerraba la ensenada del Cuerno de Oro, Mehmed II siguiendo lo ideado por Pasha, ordenó algo que en un primer momento parecía descabellado, pero que poco a poco fue visto como una genialidad del Sultán y su general griego. La idea consistía en que ya que los barcos otomanos no podían cruzar la ensenda del Cuerno de Oro por mar para llegar así a Constantinopla, los barcos llegarían por tierra a dicha posición. Para ello, Mehmed II ordenó la construcción de un camino de madera a modo de plataforma rodante a espaldas del barrio genovés de PERA, entre el estrecho del Bósforo y la ensenada del Cuerno de Oro, mientras sus cañones bombardeaban a la flota cristiana para que no se acercase. Por dicho camino de "rodadura" situado al norte de PERA, sus navíos serían halados por tierra, evitando la barrera marítima tanto de los navíos bizantinos, como por la cadena gigante que Constantino XI había ordenado meses antes del sitio arrojar en aguas del Cuerno de Oro para obstaculizar la circulación de navíos de gran profundidad. Así Mehmed II logró su objetivo, y pudo hacer cruzar a sus 76 barcos a través de PERA, con lo que sus navíos quedaron posicionados en un nuevo frente, en el mismo Cuerno de Oro, justamente "cara a cara" con el bloque mas indefenso de la muralla de Constantinopla (en la siguiente entrada explicaré con mayor detalle este punto tan trascedental). Sin tener otra elección, los bizantinos se vieron forzados a contraatacar como pudieron, y el 25 de Abril intentaron efectuar un ataque sorpresa a los barcos turcos situados en el Cuerno de Oro, mas fueron descubiertos por espías, y posteriormente fueron capturados y ejecutados por los marinos otomanos. Tras ello y en represalia por la ejecución de sus valientes soldados, el ejército bizantino decapitó a 260 turcos quienes se encontraban cautivos, para posteriormente arrojar sus cuerpos sobre las murallas del puerto, buscando quizás lograr tener un efecto intimidatorio frente a la tropa turca, el cual al parecer no surtió mayor efecto.

A finales del mes de Abril, Constantino XI solicitó la paz y una tregua a Mehmet II, pero el sultán viendo tan cercana su victoria como para ceder, no hizo mas que ofrecerle perdonarle la vida y la paz para Constantinopla a cambio de la entrega inmediata de la Ciudad. Se dice que ante tal respuesta, Constantino XI no se tomó siquiera la molestia de responder, por lo que algunos días después arribó un mensajero turco reiterando la propuesta y los términos de "paz" del sultán: los griegos podrían permanecer en la ciudad pagando un tributo anual de 100 mil monedas de oro o podrían abandonar Constantinopla con todos sus bienes sin ser importunados. El Emperador se reunió en consejo de guerra para exponer la propuesta del Sultán, siendo la oportunidad en que varios de los allí reunidos le aconsejaron huir de la ciudad cuando aún tenía la posibilidad de hacerlo, y reorganizar ya fuese una defensa desde otras regiones libres como el Peloponeso (que años atrás el propio Constantino XI había ayudado a defender de los turcos) o a solicitar ayuda en persona a otras potencias cristianas europeas esperando con ello obtener mas que sólo promesas. Pese a dicho consejo, Constantino XI no aceptó dicha opinión, y decidió permanecer junto a su tropa y su pueblo (no se descarta que en la defensa hayan participado cristianos, judíos e incluso árabes dado el carácter tan cosmopolita de Constantinopla), y defender su ciudad a costa de su vida.

Constantinopla era bombardeada constante y diariamente en dos frentes, mas los bizantinos raramente eran atacados en sí por tropas de soldados turcos, pues el combate básicamente se efectuaba a base del fuego de los enormes cañones de casi 8 metros de largo construidos para los turcos por ingenieros húngaros, y que en su momento fueron rechazados por Constantino XI debido a que no tenía los recursos económicos para pagar por la construcción de los mismos. Así, el 07 de Mayo, Mehmed II intentó por tercera vez un ataque dirigido al valle del Licos, que era el lugar de la muralla que cercaba la ciudad de Constantinopla donde sus cañones habían podido hacer mas daño a la misma; no obstante, fue nuevamente repelido con éxito por las exiguas tropas bizantinas que para dicha fecha ya se encontraban extenuadas, hambrientas y superadas en número en una proporcion abrumadora de diez a uno. Al final de dicho día, los otomanos comenzaron a movilizar una gran torre para el asedio intentando con ella superar la muralla bizantina; sin embargo, en la noche misma de su transporte los soldados bizantinos consiguieron destruirla antes de que pudiese ser utilizada por los turcos para su invasión. La tropa turca asimismo intentó cavar túneles por debajo de las murallas de la ciudad capital de oriente, pero los bizantinos repelían dicho posible ataque lanzando flechas, dardos, y cavando del lado opuesto para contraatacar de sorpresa echándoles fuego o agua. Tras mas de un mes de asedio constante y agresivo por parte de la infantería, marina pero sobre todo la artillería otomana, las murallas de Constantinopla comenzaron a ceder tras los perennes cañonazos los que rompían tramos de la muralla, por los cuales luego la élite de los soldados turcos, los jenízaros, ingresaban a la ciudad teniendo posteriormente que sortear los hondos fosos dispuestos entre la triple muralla, los que rellenaban con los mismos bloques de piedra caídos de las murallas derruidas, y así podían penetrar para luchar cuerpo a cuerpo con los soldados bizantinos. Como ya he mencionado, los "reparadores" de la muralla estaban sobrecargados de trabajo, los soldados estaban exhaustos física y mentalmente, así como los recursos empezaban a escasear, empezando a hacer la situación prácticamente insostenible. El mismo emperador Constantino XI coordinaba las defensas, inspeccionaba las murallas y animaba a las tropas por toda la ciudad, pero ello no bastaba ante un asedio bien planeado y que contaba con los suficientes recursos en todo orden para poder mantener un ritmo de ataque constante. Algo que puedo decir con certeza es que si dicho sitio otomano duró el tiempo que duró, fue exclusivamente por el coraje y gran corazón que en la batalla y defensa pusieron tanto los soldados profesionales, como los habitantes de Constantinopla, pues los mismos en ningún momento contaron con el armamento o la cantidad de soldados necesarios para hacer frente al tan abrumador ataque turco.

Los ánimos de la extenuada resistencia y defensa de Constantinopla comenzaron a decaer cuando se sucedieron una serie de supuestos "malos presagios". En la noche del 24 de Mayo hubo un eclipse lunar, y ello les recordó a los bizantinos una vieja profecía que rezaba que: "la ciudad sólo resistiría mientras la luna brillase en el cielo". A su vez, al día siguiente mientras tenía lugar una procesión cristiana en la ciudad, uno de los íconos de la Virgen María cayó al suelo, a lo que de repente siguió una tempestad de lluvia y granizo que prácticamente inundó las calles. Junto a ello, los navíos prometidos por los venecianos no hacían su aparición y la resistencia de la ciudad se encontraba al borde y al límite. Ya que el ejército turco a su vez también efectuaba un gran desgaste propio del largo asedio, Mehmed II se vio obligado a lanzar una última propuesta, un ultimatum, al emperador Constantino XI; sus términos se resumían a que el Sultán perdonaría la vida de todos los cristianos de Constantinopla, a cambio de que su Emperador hiciera entrega de la ciudad por completo. Viendo que dicha propuesta no había tenido ni si quiera respuesta anteriormente, el Sultán a su vez ofreció una segunda opción la cual consistía en el levantamiento de sitio a la ciudad a cambio de que la misma pagara un excesivamente oneroso tributo al ejército otomano. Ante tales proposiciones, Constantino XI no hizo sino simplemente rechazárlas de plano, pues ni iba a entregar la ciudad, ni tenía el dinero suficiente para pagar el elevado tributo que exigía Mehmed II. Ante la negativa del emperador bizantino, Mehmed II entendió que había llegado el momento de efectuar el mas decisivo, contundente y ardoroso ataque jamás visto por los defensores de Constantinopla.

Aquí se debe hacer un necesario paréntesis para explicar que a pesar de lo que se creía, Constantinopla no era para dicho momento (1453) una ciudad rica, el lujo y la riqueza que había tenido siglos atrás habían sido menoscabados hasta su última expresión debido al saqueo efectuado por los cruzados, quienes robaron prácticamente todos los tesoros de la misma, así como debido al mal gobierno de los francos durante el periodo de conquista y hegemonía del Imperio Latino; todo ello había dejado a la ciudad en una situación económica por demás calamitosa, si se compara la misma con la situación que vivió Constantinopla en tiempos mejores. Sobre ello, es bastante explícita la frase que expresó Juan VI Cantacuzeno: "Ya no hay dinero en ninguna parte. Las reservas se han agotado, las joyas imperiales han sido vendidas, los impuestos no producen nada porque el país está en la ruina". Los antiguos relatos de los viajeros y comerciantes que llegaban a la capital de oriente son realmente asombrosos por el contraste, pues para el año 1204 sólo se relataba el inmenso lujo, las casas hermosas, las avenidas, puertos, edificios públicos, palacios, iglesias y monasterios ostentosos, mas luego de esa fecha se encuentran relatos sobre casas abandonadas, calles desiertas, barrios destruidos, abandono, suciedad, pobreza y muerte en Constantinopla. Es por ello, que para 1453, la llamada "nueva Roma", ya no ostentaba el lujo de antaño y que le hiciere famosa históricamente, sino se encontraba en una situación de franco declive.

Volviendo a la historia, el 28 de Mayo de 1453 Mehmed II ordenó a sus generales hacer descansar a su fatigada tropa, y preparar a la misma para asestar el golpe final al día siguiente, ya que tras acudir a sus atrólogos, éstos le habían indicado que aquel el mejor día para atacar con el favor de las "fuerzas ocultas". La misma noche del día 28, y ante el inminente ataque turco, Constantino XI expresó su último gran discurso a su pueblo, dirigiéndose todos después a celebrar una última misa en la hasta ese momento aún iglesia cristiana de Santa Sofía.

Fue en la madrugada del día 29 de Mayo de 1453, que el sultán otomano Mehmed II lanzó un ataque definitivo a la triple muralla bizantina, estando compuestas las huestes que realizaron este primer ataque, principalmente por mercenarios y prisioneros serbios y búlgaros quienes concentraron el mismo en la muralla que daba al valle del Licos (por ser la sección mas derruida por la artillería otomana), aunque se tiene conocimiento que también fueron parte de las tropas turcas solados de origen italiano, húngaro, griego, alemán, armenio y árabe. La batalla final duraría por espacio de seis horas, y pondría fin a un sitio que duró cerca de ocho meses. Este primer ataque pudo ser rechazado por el espacio de dos horas por los soldados bizantinos quienes actuaban bajo el mando de Giovanni Giustiniani Longo. Los soldados bizantinos contaban con mejores armas y armaduras, y estaban protegidos por la triple muralla de la ciudad, pero se encontraban exhaustas, y el momento de la verdad había llegado pues tendrían que enfrentarse al grueso del ejército turco que contaba entre 80 mil a 100 mil hombres. Viendo el Sultán que tras dos horas de combate sus tropas no habían podido ingresar a la ciudad y vencer a la valiente resistencia bizantina, el mismo ordenó que se hiciera uso de los enormes cañones (gran bombarda) construidos para la ocasión. Las huestes hicieron espacio, y entre los mismos los bizantinos pudieron ver con asombro las proporciones gigantescas del cañón que en su momento habían rechazado por falta de dinero. Un sólo disparo de dicho cañón bastó para abrir un enorme forado en la muralla bizantina, luego de lo cual la tropa turca lanzó su segundo ataque en extremo agresivo y llevado a cabo principalmente por un regimiento de soldados anatolios, quienes lucharon e iniciaron su ingreso por la brecha creada por la "gran bombarda", no obstante el mismo no tuvo ningún efecto pues fue bien rechazado por la tropa bizantina que prácticamente aniquiló a casi todo el regimiento. El mismo Constantino XI coordinaba una exigua defensa a dicha zona mientras sus ingenieros y ayudantes trataban de hacer lo posible por reparar el inmenso forado causado, pero los huecos eran demasiados, así como el cansancio menguaba las fuerzas de los solados y de todos aquellos ciudadanos bizantinos que apoyaban a sus defensores en la tarea de cubrir los forados causados por la artillería otomana. Lejos de frustrarse, Mehmed II decidió que habiendo causado ya gran zozobra entre la tropa defensora de Constantinopla, y habiendo dejado casi en escombros las murallas que lo separaban de la victoria final, envío a lo mejor de su armada, los soldados élite de su tropa llamados los jenízaros, confiando en que el ataque de los mismos fuese el mayor y con mejores resultados que los dos anteriores. Los jenízaros trataron de ingresar a la ciudad trepando por enormes escaleras, pero eran repelidos inmediatamente por los bizantinos, por lo que tras una nueva hora de ataque, los turcos habiendo ya enviado a lo mejor de sus huestes, aún no habían podido ingresar firmemente a la ciudad. Era algo irónico el que justamente fuesen los jenízaros los que le dieren la victoria a Mehmed II, ello era porque dicho regimiento de élite se conformaba por niños de origen cristiano, que habían sido capturados en las ciudades que los otomanos habían conquistado, y a los cuales el Imperio Otomano les brindaba una educación tanto en el arte de combatir como en los principios del Islam; serían cristianos convertidos al Islam los que le permitieran al Sultán turco hacerse de la ciudad que se decía a sí la mas crisitiana del mundo.
Debido a que el ataque turco se había concentrado por la sección de la muralla que daba al valle del Licos, los bizantinos cometieron el descuido de dejar una vieja puerta de la muralla ubicada en el noroeste (llamada Kerkoporta) semi abierta, alguna vez se dice que un profeta indicó que sería justamente por aquella antigua y tapiada puerta, por donde ingresarían a la ciudad los que finalmente invadirían la misma. Se especula sobre esta supuesta desatención o extraña coincidencia por parte de los bizantinos que debían cuidar dicho portón, pues algunos piensan que efectivamente ante la concentración del ataque otomano por la sección del valle del Licos los bizantinos se descuidaron y para mala suerte de los mismos la Kerkoporta fue dejada abierta, algunos historiadores mas suspicaces advierten la teoría que quizás algunos elementos traidores o incluso espías turcos infiltrados en la ciudad, pudieron ser los que abrieron dicho pórtico. Lo cierto, es que por dicho funesto error, o hábil táctica, un sólido destacamento jenízaro pudo penetrar por allí e invadir el espacio existente entre la muralla externa e interna (recordemos que la muralla de Constantinopla se constituía a su vez por tres filas de murallas divididas por fosos profundos), no obstante el obstáculo de los hondos fosos causó la muerte de varíos jenízaros tras su caída. Mientras ello ocurría en el noroeste de la muralla, el comandante genovés Giovanni Giustiniani Longo fue herido gravemente por una culebrina, tras lo cual fue evacuado apresuradamente hacia una galera genovesa que lo llevaría a la isla de Quíos (que fue parte del territorio de la República de Génova desde épocas del Imperio Latino hasta el año 1566 cuando los turcos tomaron posesión de la misma, y donde se encontraba anclada la flota de naves venecianas que supuestamente había llegado allí para ayudar en la defensa de la ciudad a la cual no había acudido por no tener "vientos favorables") donde moriría al arribar a la misma, pese a que Constantino XI viendolo herido le había pedido que no se retirara, pues si lo hacía ello amilanaría el ánimo de los defensores de la ciudad por el nefasto efecto psicológico que ello generaría en la tropa. Pese a ello, Giustiniani no aceptó quedarse sabiendo de la alta gravedad de sus heridas, por lo que indicó a su guardia personal que fuese retirado del lugar del combate. Viendo los defensores genoveses a su magno comandante Giustiniani retirarse de la batalla herido de muerte, se desmoralizaron y desertaron de sus puestos de defensa en la muralla siguiendo a su capitán, dándose ello en el peor momento pues en aquel preciso instante arreciaba el ataque de las fuerzas de los jenízaros en el lugar. Así, el regimiento de los jenízaros había podido ingresar por el noroeste -por la Kerkoporta- y prontamente los otomanos hicieron flamear la bandera turca sobre el Palacio de Blaquernas, hecho que al ser divisado por los demás defensores de la ciudad, causó un desánimo generalizado, y el pánico se apoderó de la ciudadanía. La tropa turca a costa de tres ataques había entrado a la ciudad, Constantinopla estaba siendo invadida.

El emperador Constantino XI acudió al sector de Blanquernas al ver dicho espectáculo acompañado de sus fieles amigos Juan Dálmata y Francisco De Toledo y de su primo Teófilo Paleólogo. Al regresar a la puerta de San Romano, los cuatro personajes se dieron cuenta que la ciudad ya había sido perdida. Se especula que ante el espectáculo de toda la tropa bizantina masacrada por los turcos, y sabiendo que Mehmed II había ofrecido una jugosa recompensa por él, Constantino XI exclamó: "¿No hay un cristiano que me corte la cabeza?"; tras lo cual se arrancó las múltiples insignias de su investidura, y fue a buscar una muerte digna luchando cuerpo a cuerpo contra los soldados turcos quienes como era de esperar, lo aniquilaron en escasos segundos. El Emperador como muchos otros defensores de Constantinopla, también caería abatido por la ferocidad del ataque turco, cerca de la puerta de San Romano. Se dice que su cuerpo luego de muerto fue decapitado por un jenízaro de nombre Sarielles, quien llevó la cabeza del emperador ante Mehmed II el cual hizo que la colgaran de la columna de Constantino I dentro de la misma ciudad como medio de humillación al imperio milenario que había caído finalmente tras el fervoroso ataque otomano, siendo el cuerpo de Constantino XI enterrado en una fosa común por los turcos como instrucción directa del Sultán, ello para no permitir que sus restos fueran enterrados en un lugar de la capital que posteriormente fuese "santificado" por los cristianos fieles a su último emperador. Tras disponer ello, Mehmed II le otorgó una serie de premios, entre otros el dominio sobre la península de Anatolia.
En esta batalla, así como hubieron actos de extrema valentía y pundonor, también hubieron actos de traición despreciables, así como de indiferencia inexplicables. Es realmente algo insólito la indiferencia con que las naciones cristianas de occidente trataron los pedidos de auxilio y ayuda de Constantino XI y del propio Papa Nicolás V para la defensa de Constantinopla. Es increible que naciones que por siglos habían visto incrementarse las arcas de sus pueblos en base al incesante comercio que realizaban en Constantinopla, simplemente decidieran no acudir al llamado de ayuda del emperador y del Papa. Tanto los gobiernos florentino, napolitano, romano como pisano, griego y la nación hebrea no enviaron ayuda alguna a la ciudad capital que las había consolidado como potentadas y ricas naciones de comerciantes. Asimismo, no deja de asombrar que tanto la República de Venecia como la de Génova no enviaran una ayuda masiva para la ciudad que sus comerciantes prácticamente dominaban a sus anchas. El territorio bizantino y Constantinopla en sí, básicamente tuvo un gran comercio dividido en base a las zonas de asentamiento de las colonias inmigrantes sobre todo italianos que habían llegado atraidos por la facilidad de crear fortuna. La mezquindad con la que actuaron estas Repúblicas se contradice no obstante con el arrojo, valentía y coraje con que actuaron algunos de sus mas insignes hijos residentes en la capital de oriente. A pesar que encontramos una conducta inadecuada en la actuación de los comerciantes genoveses asentados en Gálata, quienes se declararon neutrales por decisión del jefe de la colonia, Angelo Lomellino, los que prefirieron ceder ante el sultán y mantener sus beneficios, antes que glorificar a la madre de sus negocios; ello se desdice con los muchos ciudadanos genoveses de PERA quienes decidieron cruzar la ensenada del Cuerno de Oro y colaborar con Giustiniani desde antes del ataque, atraídos por la personalidad del gran capitán genovés, incluso otros genoveses llegaron también a la ciudad para luchar por ella por propia voluntad, como por ejemplo los ya citados hermanos Paolo, Troilo y Antonio Bocchiardi que trajeron a sus propios soldados equipados, así como también actuó el capitán de navío genovés Bartolomeo Soligo quien ancló su barco tras la enorme cadena que cerraba el paso a todo aquel barco que intentáse ingresar a la ensenada del Cuerno de Oro (dicha cadena incluso fue ubicada allí por el propio Soligo a petición expresa de Constantino XI). A su vez, de la misma manera actuaron los principales elementos de la colonia veneciana en Constantinopla, quienes comandados por el jefe de la comunidad, Girolamo Minotto, se ofrecieron para dar ayuda incondicional al emperador a pesar que la República de Venecia como tal también se mostró mezquina enviando una flotilla que como ya mencioné ancló en Quíos, pero nunca salió a ayudar a los bizantinos por no tener a su favor "buen viento"; no obstante, entre los que sí llegaron para la defensa marítima de la ciudad estaban los capitanes de navío venecianos, Gabriel Trevisano y Alviso Diedo, que participaron también de los combates ayudando a los bizantinos. Peré Juliá organizó a los mejores elementos entre los catalanes que residían en la ciudad a los cuales se les unieron varios marineros compatriotas, con lo cual conformaron un fuerte grupo que defendió una porción de las murallas marítimas del Mármara. Asimismo, un ingeniero llamado John Grant, quien presumiblemente fuese de origen inglés o escocés, tuvo una primordial actuación en la defensa con su experiencia en el minado de las murallas. Finalmente, el noble castellano, don Francisco de Toledo (homónimo del Virrey peruano), también ofreció todo lo que pudo para la defensa de la ciudad. Finalmente, y aunque parezca increible también participó en la defensa de la ciudad un antiguo príncipe candidato al trono otomano llamado Orján, el cual desde su niñez y tras y tras haber perdido el trono turco, se estableció en Constantinopla, ciudad que defendió con una muy leal pero pequeña tropa. En esta batalla como se ve se dieron contrastes de los mas evidentes, entre repúblicas y naciones que como tales se rehusaron a brindar auxilio a un pueblo hermano y del cual habían obtenido grandes beneficios económicos por muchos siglos (mas de tres se dice), frente a la actuación de individuos de los mas diversos orígenes, quienes por decisión propia y arriesgándose asímismos no dudaron en participar en el combate.

Poco a poco y tras el fulgor de la batalla, los turcos fueron ganando posiciones e ingresando por los pórticos de la muralla. Es así que los combates se trasladaron a las calles efectuándose barrio a barrio, algunos de los cuales ofrecieron gran resistencia pero otros no por la falta de hombres y armas, que estaban concentrados lejos en las murallas; hubo gran confusión y muchos huían desesperados, por lo que el ejército turco ocupó la ciudad rápidamente, abriendo puerta tras puerta en las murallas para que más y más turcos penetraran en la ciudad. La gran mayoría de habitantes no griegos de la ciudad fueron masacrados, solamente unos pocos habitantes de Constantinopla, especialmente los italianos que sabían bien donde estaban los barcos de sus compatriotas, lograron salvarse huyendo en las naves venecianas y genovesas. Murieron muchos valientes soldados atrapados entre dos fuegos, otros intentaron huir y no pudieron, o fueron capturados y muertos al instante, otros tantos tuvieron la "suerte" de ser capturados, pero sus vidas se convertirían en un infierno hasta que pudieron comprar su libertad o huir definitivamente. La mayoría de los combatientes extranjeros, fuesen venecianos, genoveses, napolitanos, pisanos o catalanes, que quedaban en la ciudad fueron ejecutados al instante. En pocas horas los turcos ya eran dueños de la situación en la nueva ciudad capital del Imperio Otomano.
Cabe resaltarse que como ya expresé, muy por el contrario a lo que se puede creer, la Constantinopla que invadieron los turcos, y que tanto sacrificio de vidas y dinero había costado a los mismos, no era una ciudad con riquezas que saquear. Debemos recordar que las antiguas joyas y lujos, obras de arte, bibliotecas, etc. habían sido ya saqueados previamente durante la cuarta cruzada, por lo que lo que pudieron obtener como botín de guerra los mercenarios y soldados otomanos (a quienes el Sultán Mehmed II otorgó tres días de saqueo) no fueron las que ellos mismos habían pensado. De lo que sí gozaron los invasores turcos, fue de las violaciones, matanzas, torturas, etc. que pudieron efectuar sin control alguno a la población indefensa de la ciudad. Quizás el mayor logro visible de la conquista de Constantinopla para Mehmed II fue el convertir a la "mas cristiana" de las ciudades y a su iglesia principal Santa Sofía, en una esplendorosa mezquita.

Así es como la historia cuenta la consumación de uno de los pasajes históricos más importantes en la vida de la humanidad, siendo este uno de aquellos hechos que no tienen parangón en el devenir del desarrollo histórico del hombre. Pocas veces se tiene conocimiento de una batalla que haya significado tanto para la historia, y se haya convertido en la muestra directa del choque de dos civilizaciones. Asimismo, las consecuencias que acarrearía para el futuro del mundo la victoria de los turcos musulmanes en esta batalla y toma de la ciudad capital del cristianismo, se convertirían en uno de esos actos principales que sólo se dan en muy rara ocasión, y que en aquel momento de creencias muy parametradas generaba el terror de toda la cristiandad; el inmenso triunfo del islam turco sobre el cristianismo ortodoxo, y la desaparición definitiva de una civilización única, que aglomeraba en sí lo mejor del mundo antiguo, decaía ante el nuevo poder de una naciente potencia que llevaría sus huestes hasta el corazón mismo de la Europa cristiana, Austria, a finales del Siglo XVI e inicios del XVII. Es notable destacar una profecía griega que indica con referencia a la ciudad de Constantinopla lo siguiente: "Un Constantino la construyó, un Constantino la perdió y un Constantino la recuperará". Y quien sabe si es que algún día esta profecía tal como la que según se cuenta profetizó el ingresó del ejército invasor turco por la Kerkoporta, se hace realidad; y la actual ciudad de Estambul, tal como Constantinopla en su momento, vea la llegada a sus puertas de un ejército cristiano (católico, ortodoxo o quizás unificado) que de dura batalla y tras mas de cinco siglos y medio de dominio turco, devuelva a sus antiguos y primigenios edificadores, la "reina de las ciudades".
Mi deseo ha sido el de poder ofrecer un breve resumen del cómo la historia narra los hechos que sucedieron para la toma de Constantinopla por parte del Imperio turco otomano, y la caída del Imperio mas grande del que la historia de la humanidad ha tenido conocimiento registrado. La cáída de Constantinopla generó un cisma, los cristianos por primera vez no se sintieron dueños del mundo conocido, y supieron de la existencia de otra naciente mega potencia religiosa con quizás igual o mayor fe en sus creencias y dogmas, y que en ningún momento dudó en hacer frente a los "infieles" con la misma fervorosidad asesina de la religión cristiana. Así como los cristianos tenían a los cruzados, los musulmanes tenían a los muyahidines, quienes tal como los primeros no dudaban un segundo en ofrendar su vida, a cambio de la gloria perpetua para su religión.
A mi parecer, hay una frase que revela sublimemente el espítiru con el cual las huestes cristianas enfrentaron y defendieron hasta el último palmo de suelo, la capital romana de oriente. La misma la he extraido de la última carta que enviara el Emperador Romano Constantino XI Paléologo al Sultán Turco-Otomano Mehmed II: "Ya que has optado por la guerra y no puedo persuadirte con juramentos ni con palabras halagüeñas, haz lo que quieras; en cuanto a mí, me refugio en Dios y si está en su voluntad darte esta ciudad, quién podrá oponerse?... Yo, desde este momento, he cerrado las puertas de la ciudad y protegeré a sus habitantes en la medida de lo posible; tú ejerces tu poder oprimiendo pero llegará el día en que el Buen Juez dicte a ambos, a mí y a ti, la justa sentencia". (Ref. "Historia Turco Bizantina" de Miguel Ducas. Madrid, Ed. Visor Distribuciones S.A., 2007.)

Dentro de todo este contexto, he ido haciendo referencia a la ciudad de PERA (colonia genovesa en Constantinopla), el papel de este actual distrito de Estambul, que ve sus orígenes perderse en la antigua historia desde la fundación de la ciudad de Constantinopla, fue de singular trascedencia para el deselvolvimiento y posterior final de la batalla por la conquista turca de la "reina de las ciudades". En el contexto de aquella batalla, y del cómo el sultán Mehmed II con ayuda de su general Zâganos Pasha idearon la estrategia perfecta para garantizarse la victoria, PERA, como asentamiento de los colonos genoveses en Constantinopla, tiene una función fundamental, pues sin duda sobre la tierra de dicho actual distrito se gestó la victoria final turca. Pero ello será objeto de un estudio mas específico en la siguiente extrada.

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