domingo, 30 de marzo de 2008

El origen de los apellidos (Genealogía y Onomatología)

El identificar plenamente el origen de una familia suele ser una empresa difícil de manejar y mantener, mas aún cuando a lo largo de la historia de la misma, se han dado un sin número de cambios tanto en lo referido a los lugares de residencia de la misma, como en cuanto a las múltiples variaciones en las condiciones sociales, económicas y hasta de carácter civil que hacen que una búsqueda pueda mantener en el investigador una emoción siempre en vilo, o lo tumbe en la mas absoluta frustración ante la gran cantidad de variables que una persona que indaga en sus orígenes puede, llegado un momento, barajar entre sus manos como posibles opciones.

En mi opinión, lo antes referido es aplicable a la Genealogía, pero más aún a la Onomástica, ciencia que estudia los nombres propios y de modo extendido, los apellidos. ¿Qué son los apellidos? ¿Por qué los usamos? ¿Todos los usamos? ¿Desde cuándo lo hacemos? ¿Por qué existen apellidos por demás jocosos, ridículos, insultantes en todas las lenguas?... Son muchas preguntas, muchas dudas que una que otra vez pueden asaltar nuestra mente, sobretodo si nos encontramos en el ámbito de la búsqueda onomástica. Otro punto que resulta importante esclarecer, es que la gran mayoría de personas somos hijos, nietos, bisnietos o tataranietos de inmigrantes, la migración es un fenómeno que se ha dado desde que el hombre es considerado como tal, se ha dado en todas las épocas, en todas las etnias y hacia todos los lugares donde hay tierra y no mar.

Quizás el ejemplo mas emblemático del cómo el hombre ha poblado prácticamente todo lugar donde hay tierra firme en este mundo, es el caso de la Isla de Pascua o Rapanui. Aquel pedazo de tierra (de 163,6 km²), que geográficamente se encuentra en el medio del vasto Océano Pacífico, es el punto mas lejano o remoto desde todos los puntos geográficos de donde se le vea; y no obstante allí, desde hace cientos de años (Siglo IV d.C. aproximadamente, las dataciones efectuadas con el método del carbono-14, por el equipo de trabajo de Thor Heyerdahl en su expedición a la Isla de Pascua en 1955, mostraron que la isla había sido ocupada desde aproximadamente el año 380 d.C, cerca de mil años antes de lo que los científicos suponían. Las excavaciones hechas por científicos de esa misma expedición, indicaron que muchas esculturas o construcciones trabajadas en piedra eran muy parecidas a las de las culturas peruanas. Incluso algunos pobladores de dicha Isla contaron que según los mitos y leyendas de sus orígenes, sus ancestros procedían de lejanas islas del Este) ya existían personas que la habitaban y que cultivaron una de las civilizaciones más enigmáticas e interesantes del planeta. ¿Cómo llegaron los ancestros de aquellos habitantes a esa isla? Eso es aún un misterio, sin embargo fue una teoría clásicamente aceptada que la colonización vino por el oeste, desde las costas asiáticas del mar pacífico. No obstante, una teoría mas interesante y basada en lo fáctico, la dio el aventurero y “arqueólogo de corazón” noruego Thor Heyerdahl quien probó con su balsa “Kon-Tiki” en la expedición de idéntico nombre, que pudo ser perfectamente posible que los colonizadores de aquella isla denominada por sus habitantes según su dialecto como "Te Pito o Te Henua" (“el ombligo del mundo”, frase que curiosamente también utilizaban los antiguos peruanos para indicar la posición de sus antiguos imperios, principalmente el de Tiahuanaco), hayan llegado desde las costas sudamericanas del Pacífico.

Esta hipótesis de Heyerdahl luego fue apoyada por el reconocido historiador peruano Antonio Del Busto, según el cual Túpac Yupanqui (1440-1485) -hijo de Pachacútec, décimo inca del Cusco y segundo emperador del Tahuantinsuyo- quien llevó a cabo la mayor expansión territorial del imperio inca, y se constituyó como el máximo líder de una expedición náutica que marcó un hito en la historia de la navegación en el nuevo continente, cuando arribaron a las costas pacíficas de las islas de Mangareva y Pascua; siendo por ello, el descubridor de las islas de Oceanía. Cuando Túpac Yupanqui regresaba de su travesía transoceánica, se detuvo en la Isla de Pascua, donde para su sorpresa, tuvo conocimiento que en aquella isla existía la totora (scirpus californicus) y el camote (boniato), artículos autóctonos y naturales del Perú andino. Este hallazgo, no ha podido ser explicado aún ni por los botánicos, fitólogos, etnobotánicos, ecólogos, fitogeógrafos o geobotánicos, quienes no han sabido esclarecer o dilucidar concretamente el cómo ambos productos llegaron hasta aquellas tierras tan remotas procedentes del altiplano peruano-boliviano. Cabe mencionarse, que el enigma crece mas aún, cuando se confirmó que en la parte sur de aquella isla, existen unas ruinas que pese a haber sido consideradas como parte constituyente del estrato arqueológico mas antiguo de la zona, las mismas muestran una particular similitud mas que sugerente con las edificaciones incaicas, especialmente con las construcciones del estilo de Sacsahuamán y Ollantaytambo, obras maestras de la construcción hecha bajo la autoridad del referido Túpac Yupanqui.

En todo caso, yendo más allá de por dónde llegaron los colonizadores de la Isla de Pascua (a pesar que las pruebas de que los colonizadores llegaron por el oriente, es decir, de las tierras continentales de Sudamérica, son mas que concluyentes), ello nos prueba que el hombre en todas las épocas se las ha ingeniado de mil formas para poblar el mundo, la exploración y colonización siempre existieron; no obstante ello, estas se revigorizaron con el descubrimiento de América por el genovés Cristoforo Colombo (1451-1506), (en castellano, Cristobal Colón).

Ahora, como he mencionado, tener en cuenta el tema de la migración es importante, pues en ello hayamos una explicación a la trasformación constante a la que están sujetos los apellidos. Muchos variaron, se alteraron, se deformaron y así continuamente hasta quizás poder ostentar en la actualidad un apellido que originariamente era en un gran porcentaje distinto al que hoy usan los descendientes del antiguo linaje. En todo caso, es muy difícil que un apellido no haya sufrido ninguna variación desde su primer uso, aunque obviamente aquello es posible. Esto básicamente se debe a elementos intrínsecos de la lingüística, como la variación idiomática constante (los lingüístas refieren que todas las lenguas se encuentran en permanente evolución, por lo que continuamente mutan) o los altos porcentajes de analfabetismo o semi-analfabetismo que por siglos han existido en la población mundial. Recordemos que las luchas para erradicar el analfabetismo son de reciente data, y aún así, existe una alta tasa de analfabetismo para los países en desarrollo; por lo que, para nadie es un secreto que las facultades de lectura y escritura han estado desde la antigüedad hasta hace algunas décadas, íntimamente vinculadas a la posición socio-económica de las personas, así como a su genero (hombre-mujer), esto pues recordemos que la mujer siempre fue relegada al rol de "ama de casa" por lo que su educación históricamente se ha visto limitada hasta la Edad Contemporánea (SigloXIX en adelante), época en la que las mujeres comienzan a lograr la obtención de derechos civiles para su género antes impensados por las sociedades netamente patriarcales, entre ellos el poder acceder a una educación hasta los niveles mas altos, tales como los varones. No obstante ello, hasta nuestros días es lamentable que en los países poco desarrollados dicha situación se mantenga, sobretodo en las áreas rurales. En ese sentido, es de tenerse en cuenta que únicamente los nobles y en general, los poderosos y ricos, y quizás uno que otro excepcional personaje, tuvieron acceso a la instrucción y al alfabetismo en épocas anteriores a la edad contemporánea.

Aquello que hoy es un derecho fundamental de todo ser humano, hasta hace poco más de unos siglos seguía siendo el privilegio exclusivo de opulentos soberanos o acaudalados de noble cuna y linaje, que desde la antigüedad lo fue. Inclusive, puedo decir sin temor a equivocarme, que los primeros apellidos que se traspasaban de generación en generación como lo es en la actualidad (tal como deber legal), tienen asidero en la costumbre exclusiva de los ricos nobles, quienes para preservar y hacer perdurar su linaje “de sangre azul”, y su rango social, así como enormes riquezas y posesiones, acudían civilmente ante los notarios medievales para legar sea antes o luego de su muerte, tanto su abolengo como su fortuna a sus descendientes directos; normalmente era el hijo varón primogénito quien heredaba todo en virtud de la costumbre e institución jurídica del mayorazgo, creada en el año 1505 por las "Leyes de Toro" promulgadas por vía cédula real suscrita por los reyes católicos (específicamente por la Reina Juana I de Castilla, 1479-1555, conocida luego como Juana la loca) en la ciudad de Toro-Zamora, como parte de la legislación que regía al Imperio Español (así se legaba tanto riqueza y bienes como apellidos, pues estos eran transmitidos independientemente), con el objeto de lograr controlar el fraccionamiento de los bienes y riquezas de un noble como consecuencia de las herencias y las enajenaciones; así, el mayorazgo fue un medio de mantener el poder económico familiar concentrado en la manos del nuevo "patriarca" sucesor de la familia, y no como actualmente la mayoría de legislaciones occidentales preveen, que es repartir por igual la herencia entre todos los herederos del llamado causante (en latín, de cuius). Sin embargo, no faltaron los casos en los que tal casta y patrimonio terrenal, fueron entregados a hijos varones no primogénitos, o inclusive hasta a hijas mujeres cuando el legador no había tenido la "dicha divina" de engendrar a un primogénito varón.

Aquí debemos indicar que el tener un primogénito varón fue considerado desde siempre por las culturas más antiguas (incluso tanto las culturas patriarcales como matriarcales) como un "don venido de los dioses", y cuando resultaba que el primogénito era de sexo femenino, el legador intentaba por todos los medios de engendrar a un varón, así tuviese que acudir a una mujer que no era su esposa legal para lograrlo. Un dato muy curioso es que era tal el anhelo, el deseo y las ansías de tener un vástago que perennizase el propio apellido y linaje, que no fueron pocos los casos en los que ante una imposibilidad física por parte de un varón noble para engendrar sucesores, el mismo adoptaba legalmente y frente a notario a algún sobrino, ahijado, o hasta a cualquier varón joven a quien le tuviere especial estima y a quien le pudiese legar su fortuna y principalmente su apellido, pues en aquella época era tal la importancia de legar el propio apellido para con ello perennizar la propia estirpe y rancia casta, que los nobles sin descendencia hacían hasta lo imposible por transmitir (aunque sea haciendo uso de figuras legales diversas) el abolengo de su sangre, y su expresión escrita: el apellido.

A ello se une, el que el hecho de llevar apellidos fue una orden directa de la Iglesia Cristiana Católica como modo de diferenciación y de algún modo registro, de los fieles de este credo, frente a los también cristianos, pero de credo luterano tras la segmentación de la Iglesia Cristiana acaecida el 31 de Octubre de 1517, día en el que se colocaron las noventa y cinco tesis sobre el valor de las indulgencias en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg - Alemania por Martín Lutero (1483-1546, nacido como Martin Luder), dándose creación con ello, a una nueva y la segunda rama mas importante de la cristiandad, el luteranismo o protestantismo.

Es en el Concilio de Trento (decimonoveno Concilio ecuménico de la Iglesia católica apostólica romana) celebrado entre los años 1545 y 1563, donde la Iglesia Católica dispuso como regla general y obligatoria que en todas sus parroquias, a efectos de que los cristianos católicos fuesen perfectamente identificados como tales y diferenciados de los demás cristianos sectarios (a partir de allí los católicos se llamaban así mismos “cristianos viejos”), además de que con ello se pudiese evitar de modo mas efectivo los matrimonios entre consanguíneos, que estas tuvieren imperativamente libros de registro donde se anotasen con acuciosa minuciosidad todos y cada uno de los bautismos, matrimonios y defunciones que entre sus fieles se diesen, y que estos se guardasen perennemente en los anales religiosos católicos para la posteridad. Aquí debo resaltar que la suscripción de primigenias partidas de bautismo ya era una singular costumbre para algunos párrocos cristianos incluso antes del Concilio de Trento, mas era un uso privado, una suerte de registro o archivo propio que algunos párrocos guardaban en sus parroquías, no siendo ello un imperativo o regla canónica. Así, con el Concilio de Trento, los párrocos que tenían la costumbre de suscribir partidas de bautismo, y tener con ello un registro de bautizados, regularizaron el mismo según el Derecho Canónico; mientras que los párrocos que no lo tenían, tuvieron que empezar a implementarlo a la brevedad posible.

Así, fueron en primer término los clérigos católicos, los párrocos mas concretamente, quienes tuvieron la misión de implementar los registros religiosos de bautismo, matrimonio y defunción en sus parroquias o iglesias. Como sabemos, los clérigos siendo parte de una élite social, fueron instruidos y alfabetizados para poder cumplir con sus labores, entre otras la de copistas de las obras literarias más importantes (y permitidas por la fe católica), por lo que ante el imperativo del Derecho Canónico utilizaron este mismo arte para iniciar así los registros obligatorios de los actos de mayor trascendencia para su feligresía católica. No obstante ello, por lástima se mantuvo como una constante el que al no existir reglas lingüísticas, gramaticales y ortográficas, en aquellos primeros tiempos, los sacerdotes hayan inscrito a las personas con las más diversas formas de derivación fonolingüística y ortográfica de los apellidos. Así, un sujeto de apellido patronímico español castizo González, podía tener hijos apellidados: González, Gonsalez, Gonsales, Gonsález, Gonzáles o Gonsáles, y que todos estos apellidos fuesen válidos sin distingo a efectos del derecho de la Iglesia Católica. Cabe resaltarse aquí, que inicialmente la lengua utilizada de modo generalizado para la inscripción y registro de los católicos era el latín, y en especial el conocido como latín medieval o renacentista; sin embargo, como es por todos conocidos esta regla del uso imperativo del idioma latín, fue relajándose con el paso del tiempo, por lo que luego se comenzó a registrar dichos actos religiosos (bautismo -que suplió a las actuales partidas de nacimiento incluso hasta las décadas finales del Siglo XIX-, matrimonio y defunción) en la lengua nativa de cada lugar donde se registraba al sujeto, sea en italiano, castellano, alemán, francés, ingles, portugués, checo, eslovaco, neerlandés, polaco, ruso, croata, rumano, noruego, etc.

A ello se suma, el que para aquella época no existía una regulación legal civil (otorgada por autoridades civiles como los monarcas o burgomaestres) que indicara el modo en que debían heredarse los apellidos. Por ello mismo, en la antigüedad era perfectamente posible como he demostrado en el ejemplo antes citado, que los diferentes hijos de una misma pareja portaran al mismo tiempo y de modo absolutamente legal, diversos apellidos. Peor aún era el caso que como no existía un impedimento legal como lo hay hoy en día, cada hijo podía elegir el apellido que mas le acomodase, o gustara para sí; fuese el de su padre (lo que fue lo mas usual por el tema de la filiación hereditaria, y el machismo imperante), pero también por dicho mismo objeto se podía optar por elegir el apellido de la madre, de alguno de los abuelos, de alguna de las abuelas, de los tíos o tías, o ampliamente de cualquier familiar que hubiera tenido una presencia destacada en la vida del sujeto, como también era muy usual la práctica de elegir usar el apellido de alguna persona que en un momento determinado o siempre, había brindado una ayuda en algún sentido a una persona con la que no tuviesen necesariamente entre sí lazos de parentesco, pero sí lazos emocionales. Tal fue el caso del uso de los apellidos de los padrinos o madrinas de bautismo, tutores, patrones, o quizás simplemente personas que por buena voluntad decidieron criar a un menor en situación de orfandad, tan común sobre todo en épocas posteriores a la conocida como peste negra (Siglo XIV). Yendo al extremo, los niños abandonados eran inscritos con los más diversos apellidos por los clérigos o monjas, los que normalmente hacían alusiones religiosas católicas pues eran usualmente criados en centros religiosos dirigidos por católicos; o con alusiones al día, mes o situación en que fueron hallados… incluso se llegó a la utilización del término (en castizo) “expósito” como apellido del individuo, el cual hacía mención mas que directa a la condición de huérfano del sujeto.

Estas regulaciones legales civiles, recién se dispusieron en los países Europeos, de modo generalizado, ya entrado el Siglo XIX, cuando además de los registros religiosos, se crearon los registros civiles (los cuales tuvieron creación en España por sólo citar un ejemplo, recién para 1871), para que de esa manera todas las personas, y no únicamente los de credo católico, accedieran a un registro legalmente aceptado y válido de su nacimiento, matrimonio civil y muerte; pues hasta esos años quienes no pertenecían a dicho credo (luteranos, calvinistas, musulmanes, anglicanos, ortodoxos, judíos, agnósticos, ateos, etc.), únicamente podían transferir legalmente sus bienes y apellidos como se ha mencionado anteriormente por vía notarial, lo que era tan oneroso que como es fácil de preveer, ello se mantuvo en el tiempo como una prerrogativa exclusiva de nobles y burgueses adinerados, y no como una costumbre o uso generalizado de la población no católica que vivía en condiciones económicas intermedia o pobre.

En ese momento, entró a tallar otro factor importante, pues a pesar que con estas medidas legales se masificó el registro de las personas sea cual fuere su credo, la función de los registradores públicos y asimismo, de los empleados de migraciones, no hizo sino ser un fiel y hasta peor reflejo del confuso, caótico y distorsionante trabajo registral de los clérigos católicos. Al inicio, la labor de estos funcionarios públicos también se dio dentro de los parámetros de la inexistencia de una legislación que delineara la forma de transmisión de los apellidos, pues la legislación dada sólo establecía la facultad de inscribir y legar el apellido, sin especificarse el apellido de qué pariente era el que se transmitía legalmente, lo que dio lugar a que se siguieran efectuando registros civiles sin ningún tipo de parámetro, aunque lo comúnmente aceptado era la costumbre de llevar el apellido del padre. Ello recién motivaría la dación de una legislación específica sobre el tema para cada estado, en diferentes momentos históricos, algunos antes y otros por lástima mucho después. Así por citar un ejemplo, en la gran mayoría de países se legalizó la costumbre usual y con ello, la transmisión hereditaria del apellido paterno, mientras que en un caso en particular, Portugal, sus colonias y ex colonias, se transmite legalmente al vástago el apellido materno. Allí tiene asidero el tema de las costumbres propias de cada nación y como según los usos nacionales se decide legislar en dicha materia. Como ejemplo por demás extraño, se da que en ese mismo país, desde 1977, se prevé legalmente la posibilidad que el esposo contrayente adquiera el apellido de la esposa vía matrimonio civil, lo cual va contra la generalizada costumbre, casi mundial, que sea la mujer quien al desposarse adquiera el apellido del esposo. Ello confirma que en cuanto a la trasmisión o adquisición de los apellidos, hay las mas diversas costumbres, y estas se plasman en la legislación de cada país.

Teniendo en cuenta todo lo antes expresado, podemos entender pues las múltiples peripecias que tuvieron que sortear los primeros apellidos que se usaron desde inicios del Siglo XIV en adelante, para poder sobrevivir hasta la actualidad. Muchos desaparecieron en el camino, sea por propia acción de las personas que los portaban (entendemos que ciertas personas por ejemplo apellidadas con algún apelativo deshonroso como bastardo, culpa, vulgar, puerco, dentón o perro -todos estos apellidos existentes en la España medieval-, variaron o simplemente suprimieron el uso de tal apellido), o por acción de párrocos católicos o registradores civiles poco responsables o quienes quizás sin ninguna mala intención, simplemente registraron un apellido no afín con el que los registrantes indicaban, y en ello la culpa no fue sólo de éstos, sino también de los propios sujetos que registraban sus actos religiosos y después civiles, quienes en todo caso deberían haber sido los principales vigilantes del buen registro de sus apellidos. No obstante ello, entendemos que al ser los apellidos una expresión mas de la lingüística y tal como los propios idiomas, que como ya he mencionado en todas sus ramas se encuentran en constante evolución, pues los apellidos no tendrían por qué ser ajenos a ello mismo, y por tal es comprensible que a la par que los idiomas mutaban, los apellidos que eran parte de los mismos también lo hacían, y hasta ahora lo hagan. Si hay algo que me ha enseñado la Genealogía, y en particular la Onomástica, es que un investigador que se ocupe de estas ciencias normalmente, con la excepción de los apellidos patronímicos, no puede fijar un origen o significado exacto para la explicación histórico-etimológica de un apellido.

Resulta obvio que los apellidos provenientes de la rama más usualmente utilizada para designar a un sujeto, la patronimia, son más fáciles de identificar, sea en el lenguaje que estén. Así, podemos fijar sin temor a equivocarnos que el apellido Fernández, deriva directamente del patronímico español Fernando; Giovannini, deriva del patronímico italiano Giovanni; Andersson, deriva del patronímico sueco Ander; Johnson, deriva del patronímico inglés John; Henrikssen, deriva del patronímico noruego-danés Henrik; MihailovMihailoff, derivan del patronímico ruso Mihail; Petrovich, deriva del patronímico yugoslavo Petro; Filipescu, deriva del patronímico rumano Filipo; Pieterzoon, deriva del patronímico holándes Pieter; Bin Hussein o Ibn Hussein, deriva del patronímico árabe Hussein; Bar David o Ben David, derivado del patronímico hebreo David; Karlsonn, deriva del patronímico alemán Karl; Stephanopoulos, deriva del patronímico griego Stephan; Toivenen, deriva del patronímico finlandés Toive; Andreychuk, deriva del patronímico ucraniano Andrey; Piotrsky, deriva del patronímico polaco Piotr; Aleksanian, deriva del patronímico armenio Aleksan; Jonaitis, deriva del patronímico lituano Jonas; incluso en Georgia hay dos formas de crear patronímicos, en los territorios del oeste de aquel país es común el sufijo -dze (para significar "hijo de") con ejemplos como los apellidos: Isakadze (el hijo de Isaka) o Kapianidze (el hijo de Kapiani); mientras que en los territorios del este georgiano, es común el uso del sufijo -shvili (para significar "niño de") con ejemplos como los apellidos: Andronikashvili (el niño de Andronika) o Maisashvili (el niño de Maisa -nombre femenino, por lo que este sería en estricto un apellido matronímico, derivado del nombre de la madre-) y así la lista continúa así interminablemente...

Como he intentado explicar a través de estas breves líneas, un apellido puede tener el más inextricable origen, puede deberse como bien he demostrado a patronímicos, pero también (y ello dificulta mas aún la tarea del genealogista-onomatólogo) en toponímicos (derivados del nombre del lugar donde habitaba la persona), zoonímicos (derivados del nombre de animales), derivados de nombres de plantas, de clanes, apodos o apelativos, profesiones u oficios, algún suceso en particular relacionado al sujeto, características físicas o espirituales, etc, etc, etc. A su vez, es substancial saber si quiera la procedencia geográfica del apellido. Cuando una persona sabe que sus antepasados fueron emigrantes a la tierra en la cual se encuentra, y desea establecer el origen o significado de su apellido, debe intentar coger el hilo directo que une al apellido con su lugar de procedencia, ya que si por error involuntario examinamos y estudiamos un apellido adjudicándole una procedencia geográfica inexacta, ello tendrá la consecuencia directa de conducirnos a un error. En ese sentido, el análisis etimológico del apellido ayuda mucho a identificar la procedencia territorial del mismo, esto incluso en aquellos casos en los que el apellido mantiene en sí dos orígenes claramente distintos, como es el caso, aunque bastante extraño y muy particular de unión de palabras de origen alemán e inglés, tales como: Whiteberg (derivado del inglés White/Blanco y alemán berg/montaña= Montaña blanca), Goldberg (derivado del inglés Gold/Oro y alemán berg/montaña= Montaña de oro), Goldschmied (derivado del inglés Gold/Oro y alemán schmied/herrero= Herrero de oro), Greenberg (derivado del inglés Green/Verde y alemán berg/montaña= Montaña verde), Applebaum (derivado del inglés Apple/Manzana y alemán baum/árbol= Árbol de manzanas), Goldstein (derivado del inglés Gold/oro y alemán stein/piedra= Piedra de oro), Greenwald (derivado del inglés Green/Verde y alemán wald/bosque= Bosque verde), Grossman (derivado del alemán Gross/Grande e inglés man/hombre= Hombre grande), Grubman (derivado del alemán Grube/Mina e inglés man/hombre= Hombre de la mina), Hartman (derivado del alemán Hart/Duro e inglés man/hombre= Hombre duro), Schwarzschild (derivado del alemán Schwarz/Negro e inglés child/niño= Niño negro), Einhorn (derivado del alemán Ein/Un e inglés horn/cuerno= Un cuerno), Goldblum (derivado del inglés Gold/Oro y alemán blume/flor= Flor de oro) o Verdeberg (derivado del castellano Verde y alemán berg/montaña= Montaña verde). Cabe destacarse que todos estos apellidos pertenecen en su mayoría a personas de orígen hebraico, y normalmente se refieren a la unión de palabras en inglés y alemán como he mencionado. En estos casos, se unen dos raíces idiomáticas que aunque pertenecen a una misma rama denominada "germánica del oeste", lo que genera es que la persona que se encuentra en la búsqueda por establecer su origen, se halle ante una total incertidumbre, seguir una rama o seguir la otra.

Para finalizar, pues como he podido expresar en esta larga reseña histórica del origen de los apellidos, el mismo es muy difícil en muchos casos, lo que por lástima puede generar que el investigador claudique. No obstante, apelo a la real vocación genealógica y onomatológica, sabiendo que a quienes realmente llevamos la práctica de estas ciencias en la sangre, nada ni nadie podrá apartarnos de la misma.


lunes, 17 de marzo de 2008

Recuperando la memoria perdida

La historia de toda familia está íntimamente vinculada a la historia de su apellido; es por ello imprescindible conocer sobre nuestra propia herencia genética, a través de lo único que nuestros antepasados nos han podido legar generación tras generación de manera ininterrumpida desde que empezó la utilización de los apellidos. Son éstos nuestro mejor, quizás el único vínculo con nuestro pasado mas remoto (claro está a parte de la sangre), pero sin temor a equivocarme puedo manifestar contundentemente, que cuando una persona toma conciencia sobre el origen propio, el apellido se torna la única herramienta de la que puede hacer uso para poder conocer un poco mas sobre sí mismo. Y ahí radica la esencia del apellido, este se vuelve el lazo con nuestro pasado mas remoto, con la historia de los que vivieron antes (mucho antes) que nosotros, y que sin conocerlos, debemos agradecerles por nuestra existencia.

En la actualidad, practicar la Genealogía se ha tornado casi una "nueva moda". No es difícil hallar un sin número de páginas web las cuales nos ofrecen, en casi todos los idiomas y precios, establecer plenamente nuestros orígenes (cosa por entero imposible), desenmarañar esa madeja tan enrevesada que a veces se torna tan complicada de clarificar, y que hace que más de un investigador genealógico claudique en su intento por saber mas de sí; por supuesto, los que llevamos la investigación genealógica en la sangre, no nos amilanamos ante la dificultad, y por el contrario, ella misma nos incita con mayor efervescencia a indagar y persistir en una búsqueda que tal ves sólo se puede explicar como una necesidad innata, casi fuera de lo "normal", por conocer algo mas de uno, quizás una historia familiar perdida en el tiempo, pero que de modo innegable, nos involucra en todos los ordenes y nos lleva a intentar saciar una necesidad voraz por añadir poco a poco nombres, fechas, lugares, que nos dirigen a un mismo fin: saber algo mas sobre nuestra historia familiar, el por qué.

Personalmente, empecé a sentir esta "efervescencia genealógica" a penas cumplí la mayoría de edad. Hasta ese momento siempre había escuchado las historias que mi papá o mamá me contaban sobre sus padres (mis abuelos), y únicamente de ellos porque por lástima, ellos mismos tampoco conocieron a los suyos, como es mi caso. Sin embargo, todas aquellas historias, ahora entiendo, hicieron que anidara en mi esa necesidad, ese deseo febril por explicar mi existencia, a partir de la existencia de mis antepasados. Supongo que también algo de psicológico debe haber en esa inquietud que no conoce límites, por conocer mas sobre los orígenes propios. Un primo me comentó hace un par de años en medio de un almuerzo, que siempre es necesario que en cada familia exista aunque sea una persona que se encargue de compilar la historia de la misma; persona que cumpla algo así como una misión dictada por la propia sangre para preservar su propia conciencia e historia, quien sabe y tenga razón.

Es así que estando por cumplir mis dieciocho años, me sumergí sin saberlo poco a poco en el océano inacabable que es la Genealogía y la búsqueda onomástica y lingüística del origen etimológico de los diversos apellidos de mi familia tanto paterna como materna. Poco a poco una cosa me llevó a otra, y de la Genealogía pasé (como ya mencioné) a la Onomástica, lo que ha marcado el ritmo de mi vida en estos últimos nueve años, y a punto de cumplir muy sorprendido por ello, una década investigando mi historia familiar, en tanto a mis familiares en sí como a los posibles orígenes históricos de mis apellidos, puedo decir que mi ánimo se ha renovado, y por mas que a veces la rutina del quehacer diario distrae (mas no opaca) el deseo de investigación, siempre, como todo en la vida, cumple su ciclicidad y el instinto de búsqueda retorna, con mas fuerza y mas ímpetu, y toma posesión por un tiempo de mi mente y de mi cuerpo, y nuevamente me encuentro como tantas otras veces anteriores, envuelto en la necesidad de obtener mas información relacionada a mis antepasados, y continuar con ello armando el rompecabezas de mi historia familiar.

Para los que nunca han sentido tal necesidad, es difícil poder explicársela; tampoco tendría claro qué argumentar si me preguntan si la misma es un sólo hobbie, un oficio, un trabajo o una simple distracción, pues para mí representa todo ello y mas, casi un modus vivendi, ya que constantemente circulan por mi mente ideas relacionadas al tema. A los que no les interesa para nada su genealogía, a los que muchas veces me dicen que no viva atrapado en el pasado, o que no gano nada mas que perder mi tiempo... no los critico, pero así como quizás ellos no entienden el por qué de mis ansias de conocer mas sobre mis antepasados, mi historia familiar o la historia del origen de mis apellidos, yo no entiendo cómo es que una persona puede existir y vivir, algunos sin siquiera saber cuál fue el nombre de sus abuelos o peor aún, en que año nacieron sus padres o hermanos, sabiendo únicamente y con las justas su nombre y fecha y lugar de nacimiento. Aquello, en mi opinión, es pecar y caer en la ignorancia.

En el tiempo que llevo investigando mis mas antiguos orígenes familiares, he podido hallar en mi camino todo tipo de personas. Desde los cien por ciento investigadores genealógicos (a los que brindo mi máximo respeto), hasta los que únicamente indagan por obtener un beneficio, y claro está, siempre podemos hallar como en todos los ámbitos de la vida, quienes lucran para bien o para mal con el ejercicio de esta ciencia, arte, deseo, necesidad, o como quieran llamarlo.

Hace cierto tiempo, un gran amigo quien a su vez comparte conmigo además de amigos en común, esa necesidad y anhelo por realizar indagaciones genealógicas, me dijo una frase que recuerdo constantemente con cierto humor cada vez que la fiebre de investigación renace en mi. Lo que hacemos, me dijo, es coleccionar abuelos. Esta frase tan sencilla, pero a la vez tan elocuente, me hace pensar en la Genealogía como una forma de reconstruir un pasado y con ello, armar el rompecabezas de mi historia para darle una coherencia a mi existencia actual. ¿Colecciono abuelos, nombres, fechas, lugares?, yo diría que en realidad colecciono historias de vida, que siendo particularmente de mi familia, me interesan con suma avidez por recobrar algo así como una memoria perdida.

En mi caso, el que la historia de mi familia haya estado plagada de viajes transoceánicos por al menos siete generaciones de marinos mercantes y de guerra, aumenta la curiosidad por establecer conexiones con los mismos, que me lleven a armar el rompecabezas de mil piezas que es mi historia familiar. Por momentos, he pensado que ello enriquece mi búsqueda y hace mas satisfactorios mis hallazgos, pero no puedo negar que también han habido momentos en los que he pensado que esa misma condición me ha impuesto un mayor reto de investigación que a las personas cuyas familias han permanecido por siglos en una misma villa, aldea, ciudad o región. Quizás para ellos lograr conocer mas sobre sus antepasados sea mas fácil, pero por eso mismo pienso que esa condición hace que la búsqueda sea menos impactante, estremecedora o simplemente divertida. El indagar en distintos continentes, países y ciudades, le da un sentimiento particular de perenne innovación a la búsqueda. Y mi búsqueda por suerte, ha deparado siempre para mi ese permanente acertijo que me motiva hallazgo tras hallazgo, a seguir indagando, pues a pesar que algún día quizás llegue a establecer que mi búsqueda científicamente ha terminado, estoy seguro que el anhelo por la investigación onomástica generará constantemente un nuevo reto en mi. ¿Cuál será aquel nuevo reto?... eso sólo lo sabe la vida.

Investigar sobre nuestras familias, y a través de ello, sobre el origen de nuestros apellidos, es una fuente inagotable de conocimientos sobre uno mismo. Nuestros rasgos físicos, nuestra personalidad, nuestra cosmovisión, lo malo y lo bueno que guardamos en nosotros se explica en gran parte por el factor genético, y éste a su vez, sólo puede explicarse por medio del desarrollo de la Genealogía.

Los invito a ingresar en el mundo de nuestros antepasados, en las vidas de los que vivieron antes que nosotros y nos legaron su historia, su sangre y sus apellidos. Indaguen, investiguen y verán como poco a poco encuentran explicaciones hasta para lo mas oculto de ustedes mismos.
Y siempre recuerden que, como reza el dicho... "Los apellidos famosos, en vez de enaltecer, rebajan a quienes no saben llevarlos".

 

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